Telos (Fundación Telefónica).- (David Redolí) Cambiar el rumbo energético se ha vuelto algo necesario para frenar la emergencia climática en la que estamos inmersos. Para ello, la Unión Europea debe tomar la drástica decisión de promover la transición verde, es decir, dar el salto y forjar un nuevo proyecto que financie energías renovables.
Cuando hace cientos de miles de años el hombre encendió manualmente el primer fuego descubrió cómo emplear la madera y las hojas secas (es decir, la biomasa) para asar la comida, para defenderse de las fieras o para iluminar la noche. Desde entonces hasta ahora la evolución de la humanidad se ha basado, en esencia, en dos elementos exclusivos de nuestra especie: la pericia para cooperar y la capacidad para usar los elementos disponibles en la naturaleza para producir energía. Sin ellas, sin la cooperación humana a gran escala y sin la generación a voluntad de energía, el Homo Sapiens no sería lo que ha llegado a ser a lo largo de los siglos. Así, el aprovechamiento del carbón, de la madera, del petróleo, del agua, del gas, del sol, del aire o del uranio nos ha permitido globalizar el mundo, inventar Internet, llegar al espacio, impulsar nuestra inventiva (también para armar devastadoras guerras) y, sobre todo, construir progreso y bienestar... Leer más
Un progreso que parecía ilimitado y que, como especie, estamos empezando a poner en riesgo por una sencilla razón: porque estamos poniendo en peligro la vida misma por el uso desmesurado de determinados combustibles fósiles muy contaminantes. Este sobrecalentamiento es un hecho científico. Hemos pasado de detectar un cambio climático acelerado a padecer los efectos de la crisis climática (incendios forestales virulentos, olas de calor insoportables, inundaciones incontrolables…). Pero ahora entramos en una nueva fase algo más drástica: enfrentamos ya a una auténtica emergencia climática.
En muy pocos años, si no modificamos el rumbo energético, veremos con más frecuencia problemas de abastecimiento alimentario por el aumento de sequías, experimentaremos una disminución del agua potable, sufriremos subidas del nivel del mar y la acidificación de las aguas de los océanos, se elevarán los riesgos de incendios forestales, lamentaremos la extinción de especies, combatiremos nuevas pandemias, aumentarán los huracanes y los tifones, habrá migraciones masivas por causas climáticas…
¿Qué podemos hacer al respecto en esta esquina del planeta? Algo muy sencillo y muy complicado a la vez: refundar la Unión Europea sobre las bases de las energías renovables, en general, y de la energía solar fotovoltaica, en particular.
La Unión Europea se fundó sobre las bases de la energía. La primera semilla fue la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) promovida por los franceses Robert Schuman y Jean Monnet. El Tratado de París de 1951 le dio forma entre seis estados (Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos). Posteriormente, el 25 de marzo de 1957, se firmaron dos tratados: el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea (CEE) y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o Euratom). Desde entonces hasta ahora mucho ha caminado Europa, siempre con la energía en el punto de mira. Hoy, ya bien entrado el siglo XXI, volverá a ser la energía quien refunde nuestra europea unión. Y lo haremos gracias a las energías renovables.
El Tratado de Lisboa (que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009) cimentó la arquitectura de lo que hoy conocemos como “Unión Europea” (UE). El Parlamento Europeo, con sus 70 años de vida, se ha convertido ya en un actor clave gracias a la potente labor legislativa de los 705 eurodiputados que lo configuran representando a los ciudadanos de 27 Estados miembros. Sin embargo, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, con el gas de trasfondo, ha marcado un trágico y dramático punto de inflexión. En una economía tan globalizada como la actual, las repercusiones de la guerra iniciada por el presidente Vladimir Putin el pasado 24 de febrero de 2022 son insondables.
Por eso, debemos impulsar una acelerada transición verde que permita a Europa realizar un despliegue rápido y masivo de tecnologías como la solar fotovoltaica o la eólica para no depender de recursos importados o contaminantes, como el gas y el petróleo. Así, la UE debería proponerse una ambiciosa, y para nada imposible, meta: que el 70 % de su mix energético proceda de energías renovables antes de 2030 logrando así más autonomía energética, una economía más competitiva y una mejor protección del medio ambiente, contribuyendo, adicionalmente, a la descarbonización, a la electrificación y a la lucha contra el cambio climático.
¿Qué necesitamos para hacer realidad esos objetivos climáticos y energéticos en Europa? Necesitamos hacer algo tan revolucionario como lo que hicieron los padres fundadores de la Unión Europea hace 70 años: forjar un nuevo proyecto de la UE basado en la energía, movilizando grandes inversiones públicas y privadas que permitan financiar este giro histórico.
Los objetivos del tratado original eran asegurar el suministro de energía y alcanzar la estabilidad y competitividad de los precios. Las renovables pueden alcanzar estos objetivos hoy en día ayudando, además, a luchar contra la inflación gracias al abaratamiento de precios que traen consigo.
Las energías renovables, y muy especialmente las plantas solares fotovoltaicas, son, sin duda alguna, la piedra angular para enfrentar tres retos cruciales:
- La lucha contra el calentamiento global.
- La necesidad de obtener soberanía energética (que se traduce en «seguridad nacional»).
- La necesidad de conseguir precios de electricidad mucho más asequibles.
Hay varios datos, muy reveladores, sobre las enormes ventajas que trae consigo la energía solar fotovoltaica.
En primer lugar, hace quince años construir un megavatio de energía solar fotovoltaica costaba en torno a los seis millones de euros. Hoy en día apenas cuesta medio millón de euros erigir un megavatio solar.
En segundo lugar, la eficiencia de los paneles solares ha mejorado drásticamente en los últimos años, pasando de un promedio de casi el 15% de conversión de la luz solar en energía utilizable a una eficiencia del 26,81% con células solares de silicio (un récord mundial certificado por el Instituto Alemán de Investigación de Energía Solar Hamelin). Además, la potencia nominal de un panel solar de tamaño estándar también ha aumentado de 250W a más de 500W. En consecuencia, cada año es factible producir más energía solar en menos espacio.
En tercer lugar, hoy es posible construir una planta solar fotovoltaica de 100 megavatios en menos de nueve meses. Plantas que generan energía durante más de 30 años. Muy pocas tecnologías energéticas pueden proporcionar estos niveles de eficacia y de eficiencia simplemente usando la radiación solar, un elemento de la naturaleza infinito y a nuestra completa disposición.
Las ventajas son enormes. Lo son, muy especialmente, para los países de la Europa del Sur, que cuentan con una excelente radiación solar, unas 3.000 horas de sol anuales.
Está en nuestras manos promover un despliegue rápido y masivo de esta tecnología en toda Europa para que sea nuestro principal suministro energético y, en consecuencia, la base de nuestro progreso, el progreso de sociedades más justas, más prósperas, más sostenibles, menos contaminantes y, sobre todo, más libres, más autónomas y respetuosas con el medio ambiente.
La refundación de la Unión Europea pasa por una decisión estratégica: inyectar rápidamente miles de megavatios de electricidad producida con energías renovables en la red, incentivando las inversiones en proyectos de energías renovables y facilitando la financiación de los mismos, y desplegar potentes interconexiones eléctricas paneuropeas que unan a los 27 países, pudiendo así compartir este bien tan preciado como indispensable. Hoy en día no hay muchas más opciones viables para proporcionar electricidad barata, segura, autóctona y autónoma. Abrazarlas es una exigencia ecológica y un deber intergeneracional con el objetivo de renovar con renovables la energía de la Unión Europea. Esa, y no otra, es la auténtica y necesaria transición energética.